No es común que un autor de la talla de SECUNDINO NUÑEZ aborde temas deportivos. Pero, de hecho, el caso Salvador Cabañas ha conmocionado al país e hizo que su situación trascendiera más alla del estricto ámbito pelotero Por eso motivo, creo que es apropiado incluir este comentario publicado en ABC Color del sábado 6 de febrero, en este blog.
Pocas ocasiones pueden darse como esta, del lamentable suceso que ha golpeado a un sobresaliente deportista, astro de nuestro fútbol, Salvador Cabañas, para reflexionar sobre el lugar con que el deporte se sitúa en el cielo del bien común nacional.
Señaladamente nos recuerda que el bien común de nuestro pueblo no es solamente el capital de los valores materiales, como son las riquezas agrícolas, ganaderas o industriales; y como son los caminos, los puentes y aeropuertos por donde se distribuyen nuestros productos. No son solamente nuestras universidades o nuestras ferias y mercados y otras instituciones como son los hospitales, los colegios, los tribunales y otros muchos servicios de administración y gobierno.
Todo ello, tan variado y múltiple, nos está diciendo que el bien común humano de cada pueblo es una tarea ingente de nunca acabar; por la sencilla razón de que la plenitud existencial del hombre nunca culmina y tiene fin en esta historia terrestre.
Pero entre tantas cosas que los hombres valoramos y emprendemos, fácilmente olvidamos o menospreciamos los valores espirituales, artísticos o simplemente festivos que renuevan nuestras energías síquicas con valores imponderables de música, danza y cantares. Le oí decir en cierta ocasión a un gran maestro argentino que las naciones nunca han logrado plenitud histórica mientras no han dado a luz un gran poeta. Es que un gran poeta asume y expresa con palabras inefables las vivencias más profundas y delicadas que el pueblo lleva en los soterraños del alma colectiva.
Hoy, sin embargo, queremos volver nuestra reflexión sobre el valor cultural del deporte y especialmente sobre el deporte futbolístico, destacando su impacto extensivo e intensivo dentro del innumerable pueblo que en ello se solaza. Porque eso es lo primero que debemos observar; como se suele decir: el fútbol es pasión de multitudes.
Despierta el interés y el gusto apasionado de todos los sectores y capas sociales del país. Especialmente en esas circunstancias en que la selección nacional debe afrontar compromisos internacionales de trascendencia, la devoción del pueblo gana espacio por las calles y por la prensa; y en casos de victoria, el júbilo entusiasta nos arrebata a todos. Es precisamente en esas difíciles victorias que se destacan y ganan aureola de ídolos, algunos afortunados taumaturgos de los goles.
Con fundada razón, por cierto. Porque no es por la acción bruta de las piernas duras, o por codazos y empujones y zancadillas que se logra la estatura sobresaliente de un consagrado hombre de la cancha. Años hace que un periodista francés, pasando por Buenos Aires, fue expresamente a la cancha para ver jugar al famoso Arsenio Erico. Y dijo luego: “Lo que he visto esta tarde ha sido un verdadero ballet”.
Significa que en el arte deportivo hay verdadero arte; arte muy completo, como también ocurre en la danza clásica. Es todo el cuerpo que armónicamente se mueve, con una dinámica muy pronta y muy precisa. Parar la pelota que cae y tenerla sumisa a los pies; la precisión de los pases; el cuerpo ágil y la vista siempre atenta, etc. Nada digamos del señorío y de la gentileza con que se responde al árbitro e incluso al público displicente que solo quiere triunfar y se acabó.
Para un verdadero futbolista, su deporte es toda una escuela de disciplina y de varonil humanismo.
Podemos comprender mejor ahora este unánime acompañamiento y condolencia con que en todas partes de Latinoamérica se ha seguido la dolorosa tragedia que se ha cruzado en el camino de nuestro eximio delantero. Que Dios se apiade de nosotros y nos acompañe a todos en este duro trance.
5 de Febrero de 2010 23:57
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