miércoles, 24 de febrero de 2010
ERICO ENTRE NOSOTROS
Fue un predestinado a la gloria. Como dijo Víctor de la Púa, célebre poeta popular porteño de su tiempo, “Cuando nació Erico, se rompió el molde”, un molde acunado con talento y picardía, con malabarismo y extraordinaria fuerza atlética que concentró en sí mismo, todo lo mejor del fútbol universal. Y no lo digo yo. Lo dice –y no se cansa de repetirlo- Alfredo Distéfano: “Como Erico no hay dos”. Y si lo dijo la Saeta Rubia, cuyos ojos vieron a los más grandes entre los grandes que en el mundo han sido, por algo será.
Y este genio del fútbol, nació en Asunción un 30 de marzo de 1915 frente a la primera cancha de Nacional, donde chutó sus primeros pelotazos. Pero fue en la fábrica de cracks instalada en Vista Alegre, en esa manzana de Teniente Fariña, Rojas Silva, Manuel Domínguez y Capitán Figari, donde el barro virgen de su talento se convirtió en cerámica fina, bajo la formación de los salesianos, capitaneados por el inolvidable Paí Pérez.
Y fue de allí, de Salesianito, de donde salió el equipo azul de la Cruz Roja que, animando partidos amistosos por Argentina, Uruguay y Brasil contribuyó enormemente a la causa paraguaya en la Guerra del Chaco, y donde los ávidos ojos extranjeros descubrieron este fino diamante que se convertiría, con el paso del tiempo, en el goleador máximo e indiscutible de la historia pelotera argentina.
Acumuló 293 goles a lo largo de su carrera que empezó el domingo 6 de mayo de 1934, contra Boca Juniors en la cancha de Independiente, pero ese domingo no anotó. Una semana después, la cancha de Chacarita Junior fue escenario del nacimiento del más grande goleador de todos los tiempos. Ese día, Arsenio pastor Erico Martínez rompió el celofán de los arcos rivales, a los cuales llenó de goles.
Sin embargo, recién después que explotó todo su talento. Fue tres veces seguidas goleador del torneo de la AFA, con 47, 43 y 40 goles, en los años 1937, 1938 y 1939 y su record sigue imbatible a pesar de que nuestros hermanos del sur se esfuerzan por descubrir goles donde no los hay, para tratar de palidecer la grandeza inconmensurable del Gran Arsenio.
¡Si hasta le ofrecieron nada menos que 200.000 pesos, para nacionalizarse argentino a fin de concurrir al mundial de 1938!. ¿Poca plata? Hmm. ¡En ese tiempo un coche americano modelo del año, de paquete, costaba apenas 5.000 pesos! Era un dineral pero Erico respondió “Prefiero seguir siendo paraguayo”. Y así fue. Es que Erico fue grande no solo por su fútbol...
Le llamaron de mil maneras y todavía se siguen inventando epítetos para endiosarlo: “Saltarín Rojo”, el “Hombre de Goma”, el “Paraguayo de Oro”, el “Hombre de Mimbre”, “el Mago”, “el Aviador”, el “Duende Rojo”, el “Diablo Saltarín”, el “Rey del Gol”, “Mister Gol”, el “Hombre de Plástico”, “el Virtuoso”, el “Semidios de Avellaneda”. Se despidió del fútbol en Huracán, donde anotó los últimos 7 goles de su carrera.
Tuvo tiempo de saldar una deuda, con Nacional, al que condujo al campeonato en las finales de 1942 frente a Cerro Porteño.
Su vida se apagó en 23 de julio de 1977. Era un sábado. Al día siguiente, Independiente perdía 1:0 ante River, en su cancha de Avellaneda. El público local se puso de pié y comenzó a gritar “Se siente, se siente, Erico esta presente” y con fuerza arrolladora dio vuelta el partido y se impuso 2:1.
Hoy Erico está de vuelta. Esta en su tierra, está en su casa. Esta, por fin, en la cancha en la que nunca pudo jugar. Y para siempre.
Amén.
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