Fue uno de los más grandes futbolistas que produjo el país. Miembro de una generación formada por Manuel Fleitas Solich, a fines de los años 30, predestinada a la gloria, formó parte de la gloriosa “Academia” de sus amores, a la cual condujo a los campeonatos de 1942 y de 1946.
José Ocampos nació en Asunción el 19 de marzo de 1921. Desde joven se interesó por el fútbol. Vecino de la cancha de Nacional, varios muchachos del barrio se enrolaron en el club hacia 1936, cuando volvió Fleitas Solich. Obtuvo el tri campeonato de los años 1938, 1939 y 1940 con una auténtica “cuarta cañón” en la que formaron varios de los que luego serían campeones tanto en 1942 como en 1946.
Allí estaban, con el “maestro”, Ríos Duré, Magín Gómez, Alejandrino Genes, José Ocampos, Sabino “Comí” Villalba, Vicente Sánchez, Cachito Bría, Fabio Baudo Franco, entre otros muchos aspirantes a crack. Y fueron, en verdad, estrellas de primera magnitud.
Fue uno de los jugadores paraguayos más destacados del Sudamericano de Guayaquil, en 1947, donde Paraguay obtuvo el campeonato. Allí lo vio Guillermo Stábile, a la sazón DT de Argentina, pero prestando servicios en Racing, quien lo llevó consigo a Buenos Aires, apenas concluido ese campeonato.
Tras una gran temporada, recaló brevemente en Huracán pero de allí, tentado por “El Dorado” colombiano se fue a buscar nuevos horizontes y se enroló en el Boca Juniors de Cali, un equipo formado totalmente por paraguayos. Pero Colombia volvió a la FIFA y el carnaval económico se acabó. Los grandes futbolistas comenzaron a buscar nuevos horizontes.
Fue así que llegó a Quito y, tras colgar los botines, fue contratado para formar una escuela de fútbol en las fuerzas armadas del Ecuador. Tan bueno fue el resultado, que luego decidieron formar un club que se llamó “Mariscal Sucre”, el que luego de una exitosa pasantía, ingresó al fútbol profesional del Ecuador, con el nombre de “El nacional”.
Ocampos fue un dechado de virtudes humanas y deportivas. Como ser humano, fue excepcional. Afable, solidario, responsable, emprendedor. Como futbolista, recio, talentoso, recto, nunca malintencionado. Supo ser humilde, aún en los momentos de mayor grandeza. Y fue uno de los pocos de su tiempo que entendió que le oportunidad que le daba el fútbol para asegurar su futuro, no se la daría nadie.
Peso a peso fue acumulando un pequeño capital que, cuando retirado, le permitió vivir decorosamente y desarrollar un par de empresas con toda su familia. Es el penúltimo de los campeones del 46 que nos dejan. Manlio Ríos Duré, su compañero de tantos años, sobrevive todavía en su casa de San Lorenzo. De su familia, ya no están su esposa, Dora Ramona Alonso, ni sus hijos, Claudio Melquíades y Mario Luís quienes le precedieron en el retorno al padre. Junto a sus muchos familiares y amigos, lloran su muerte sus hijos José María y Milton René, quine nació en Quito, pero tiene nacionalidad paraguaya y sus dos nietos.
Aquejado por los achaques de la edad, me dijo, no hace mucho “Nacional salió campeón y todo esta bien”. Es que idolatraba al club de sus amores, y la Academia cuya grandeza contribuyó a labrar, ni el fútbol paraguayo al que supo honrar durante toda su vida, no podrán olvidarlo jamás.
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