Hay personas que quedan vinculadas a nuestras vidas de manera indeleble. Par mí, una de esas personas fue el Gordo Kostianovsky, como lo conocíamos en el barrio y en la Facultad de Ingeniería. En su cédula de Identidad figuraba con el nombre de Adolfo Emilio Carlos, conocido solo por sus familiares más íntimos y algunos de sus amigos más cercanos. Juntos hicimos cotidianamente, el camino de ida y vuelta a la facultad de Ingeniería, en la que él cursaba el 2º cuando yo empecé. Pero, además de la carrera que seguíamos, exitosamente culminada por él y abandonada por mí, a mitad de camino para abrazar el periodismo, otras cosas nos unían. Hijo de periodista - ¡y qué periodista!, escribía muy bien y recuerdo especialmente un informe especial (debe haber sido el primero de una interminable zaga) sobre el Hospital de Clínicas, desnudando tantos sus sacrificados esfuerzos, como las tragedias humanas que cotidianamente se viven en ese nosocomio. ¡Y de eso ya hace 50 años!
Nos unía también el fútbol, aunque él seguía a muerte a River Plate, como toda su familia, y yo al Ciclón de Barrio Obrero, y ambos -asiduos lectores de El Gráfico y Goles- nos enfrascábamos en atrevidos dime diretes sobre el fútbol argentino. Enamorado del ajedrez fue siempre sino el primero, el segundo tablero de la facultad de Ingeniería. Frecuentaba el par de Alfiles, recientemente fundado por ese tiempo, y participaba de los torneos de la Federación. A mi el ajedrez me afectó solo tangencialmente, y no logro Adolfo contagiarme esa pasión.
Lectores ávidos, los dos, nos intercambiábamos libros y revistas, una práctica frecuente en nuestros años jóvenes y que hoy está en vías de extinción. Como yo me había casado muy joven, visitaba a mis amigos del barrio y hasta llevaba a la facultad a mi hija, Sarita, de quien Adolfo se enamoró, y le llenaba de regalitos. Pepa, su hermanita, actuaba de baby sitter cuando los visitaba, mientras juntos hacíamos algún que otro trabajito, ya inmersos en la carrera que seguíamos.
Así fue como un día nos chocamos ‘literalmente’ con el Ing. Fidencio Tardivo- a la sazón gerente de la Ande , en el laboratorio de Resistencia de Materiales. Pregunta va, respuesta viene, nos comento que andaba detrás de dos estudiantes que quisieran realizar unos trabajos de granulometría y pruebas de rotura de hormigón armado, para la construcción de la usina de Acaray, con material extraído del lecho del río Paraná. No cortos ni perezosos aceptamos de cajón y durante un par de meses se nos veía a ambos trabajar horas enteras en un laboratorio cuya utilización estaba supeditada solamente a las horas de cátedra de esa materia.
Así, sin quererlo, nos convertimos en los primeros contratados para un trabajo hidroeléctrico de envergadura, que luego se convertiría en el orgullo del país. Cobramos una suma que equivaldría al menos 10 sueldos mínimos de le apoca, y felices y contentos fuimos a celebrar al Lido Bar, una calurosa mañana de diciembre. Esas mismos resultados fueron utilizados luego en Itaipú, según supimos mucho después…
Pero la vida nos tenía reservadas más sorpresas aún: se enamoró de mi prima, Puppe Pankow y se casaron, ya cuando él era todo un ingeniero, y ella doctora en bioquímica. Fuimos primero amigos, y después parientes. Esa misma vida que nos unió en la juventud fue separándonos en la edad adulta. Nos mudamos, y solo sabíamos el uno del otro, por Pepa, quien comenzó a trabajar en periodismo en 1973, en el flamante Diario Última Hora, dirigida por Isaac Kostianovsky. Ella trabajaba en el área social y cultural, con Ana Iris Chávez de Ferreiro, y a mi Kostia me eligió como el primer jefe de deportes de ese diario, en el que Papu Rojas hacia también sus primeras experiencias como administrador periodístico.
Adolfo fue uno de los primeros que encaró un proyecto de barrios cerrados, asociado con Humberto Rubín, otro de sus grandes amigos. Los primeros emprendimientos tuvieron éxito, pero después parece que la fortuna comenzó a apuntar para otro lado. La sociedad se rompió y el destino lo empujó a él, a mi prima, Puppe y a su familia, a la tierra de sus ancestros. Desde entonces supe poco, casi nada, de él y de la prima. La noticia de su fallecimiento, un 1º de agosto, de 1991 -¡20 años ya han pasado!- me dejo atribulado, y solo a Pepa le pude hacer llegar mi pésame solidario, mi dolor, y mis nostalgias...
Hoy a la distancia, se renuevan los recuerdos, brotan los sentimientos, reverdecen las evocaciones, y parece que fue ayer nomás que caminábamos juntos por las calles de Asunción forjando nuestros sueños, camino de la Facultad de Ingeniería… rumbo a la cancha, o simplemente visitándonos en nuestras casas, fumando un buen pucho, sorbiendo un buen vino y avivando la llama de una amistad que el paso del tiempo ni la muerte han podido quebrantar… ¡Salud!
José María Troche
1º agosto 2011
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